"Cualquiera que tenga forma puede ser definido, y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido" Sun Tzu.

martes, 13 de noviembre de 2012

Cartas a Samira en Tiempos de Guerra.


Madrid, 9 de julio de 1941.
Querida Samira:
Sólo han pasado cinco días desde que abandoné las tierras andaluzas rumbo a Madrid. Sin embargo, siento que ha pasado una eternidad. Ya he conocido a algunos de los compañeros voluntarios, casi todos con su camisa azul. Parecen buena gente. Lo peor es la interminable espera, ya que la primera expedición parte el 13 de julio. Estos días aprovechamos para ir a rezar a la Iglesia y para concienciarnos de la dura batalla que nos espera. Carlos, un joven que conocí ayer, asegura que no hay soldado más valiente y feroz que el que acude a la guerra por voluntad propia. Sé que nunca me perdonarás que me haya ofrecido voluntario, pero me sentía en el deber moral de luchar por mi país. Por nuestro hijo Jorge. Nuestro grupo no es partidario del nazismo ni de Hitler. Simplemente somos anticomunistas y deseamos acabar con esas ideas que pueden azotar a nuestro país en un futuro lejano. No tengo tiempo para contarte más cosas. El deber me llama. Un abrazo. Te quiero. Miguel.

 
Grafenwöhr, 20 de julio de 1941.
Querida Samira:
Por fin hemos llegado a Grafenwöhr (Alemania) después de una larga temporada en tren. Los oficiales alemanes insistieron en entregarnos el uniforme de la Wehrmacht, pero los falangistas se negaron a abandonar la camisa azul. Ahora nos conocen por aquí como la “División Azul”. Aquí todo es muy diferente a España. La mentalidad alemana es muy cuadriculada. Probablemente, cuando recibas esta carta ya habremos hecho la intensa instrucción a la que nos van a someter. Hacen mucho hincapié en el traicionero invierno ruso. Dicen que el frío es la mejor defensa que tiene el ejército enemigo. Dentro de un mes aproximadamente partiremos hacia Polonia y, desde ahí, nos acercaremos a las líneas rusas. Sigo rezando todos los días para que Él nos de fuerzas cuando llegue el momento en que nos fallen las piernas. Para que nos de precisión cuando, exhaustos, nos cueste mantener el arma erguida a la hora de disparar. Intentaré escribirte en Suwalki, en Polonia. Dale un abrazo a nuestro hijo. Te quiero. Miguel.

 
Suwalki, 2 de septiembre de 1941.
Querida Samira:
Cada vez se acerca más el día en que nos incorporaremos a esta guerra. Los soldados están ansiosos por empezar con las acciones bélicas. Yo les comprendo. No hay nada peor que esta larga espera, ya que no dejas de plantearte si has hecho bien abandonando tu país, tu familia… Aunque es cierto que todas las guerras dejan cicatrices puedo asegurarte de corazón que para todo soldado voluntario son tiempos felices. Pienso mucho en ti y en nuestro hijo. Mañana emprendemos la marcha al frente. Son aproximadamente unos mil kilómetros a pie. El buen calzado es fundamental. Deséame suerte, más de la que le pido cada noche a Dios. No podré escribir tanto a partir de ahora. Realmente, no sé si volveré a escribir. ¿Podré? Sólo el destino lo sabe. Te quiero. Miguel.

 
Campamento en las cercanías de Leningrado, 1 de agosto de 1942.
          Querida Samira:
Dios y una pequeña tregua en el frente de batalla me han dado la posibilidad de escribirte estas palabras. ¡Estoy vivo! Cuando entré por primera vez en combate en el frente del río Wolchow (hace nueve o diez meses) pensé que jamás podría volver a escribirte. Cuando entramos en el corazón de la batalla todos sentimos la presencia de la muerte, que nos acecha a cada paso que damos igual que un buitre lo haría sobre una presa moribunda. Esta guerra no es como la Guerra Civil que sufrimos en España; es una guerra distinta. Mucho más dura y cruenta. Cada metro ganado es una pequeña victoria. Cada trinchera enemiga conquistada es una gloriosa gesta. Estamos muy cerca de Leningrado y tarde o temprano lanzaremos el asalto definitivo. Otro enemigo que nos complica las misiones son los piojos. Hubo una plaga entre los soldados que nos ha complicado el poco descanso del que gozamos. Estos bichos de mala muerte perturban nuestro sueño y nuestro avance. ¿Cómo está Jorge? Seguro que está enorme. Tengo ganas de verle. A ti también. Ahora debo despedirme. ¿Hasta cuándo? Espero que sea pronto. Miguel.

 
Krassnyj Bor, 12 de febrero de 1943.
Querida Samira:
Me mantengo firme. He sobrevivido, milagrosamente, a una brutal ofensiva del ejército ruso. Un gran número de infantería y artillería, acompañados de tanques, atacaron nuestro sector de Krassnyj Bor. La División Azul ha tenido muchas bajas. El recuento se ha cifrado en 2252 soldados, casi el 55% de los españoles que defendían esta zona. Pensé que iba a morir, pero parece que la suerte está de mi lado. Sin embargo, dos de mis mejores amigos han desaparecido en la batalla. Probablemente sus cuerpos mutilados yacen en las cenizas. Por eso trato de no entablar ninguna amistad. ¿Para qué? Hoy es tu amigo; mañana está muerto. Otro problema es el fuerte invierno. Una vez, el termómetro marcó 52 grados bajo cero. Muchos murieron congelados. No puedes entenderlo hasta que no lo vives. No sientes los dedos de los pies, ni los de las manos. Pasamos sed porque el agua se congela. Gran parte de nuestro armamento queda inutilizable a causa de este frío infernal. Lo peor, es que cuando el invierno acabe, llegará la primavera y el deshielo, formando la conocida “rasputika”. La rasputiska es el barro que se crea por el deshielo, que imposibilitará nuestro avance. Sigo rezando para volver a casa. Escribiré en cuanto tenga otra oportunidad. ¿La tendré realmente? Te quiero. Miguel.

 
Barcelona, 3 de abril de 1954.
Querida Samira:
No sé cómo empezar. No sé si sigues viviendo en la misma casa. No sé si llegarás a leer esta carta. Mañana mismo viajaré en tren hasta Sevilla con la esperanza de encontrarte en el mismo lugar donde te dejé a ti y a nuestro hijo Jorge. ¡Jorge! ¡Qué grande estará ya! Hace dos días, el 2 de abril, llegué a Barcelona en un barco llamado “Semiramis” con otros muchos supervivientes. No he podido comunicarme contigo antes. Fui hecho prisionero y trasladado a un Gulag ruso. Durante once años he recibido palizas y humillaciones. He pasado hambre y sed. Aunque sigo vivo, estoy demacrado. Pero, ¿Qué vida es ésta que yo he elegido? ¿Podrás perdonarme? Espero encontrarte. Te quiero. Miguel.