La fría mirada del viejo juez examina mi presencia
mientras sus arrugas muestran su sabia vejez…su mirada con desdenes de simplez.
En sus manos porta la maza de mi destino, de mi felicidad futura o pérdida de
tino. Petrificado percibo que el juez es un ser alado…es el demonio…es un
ángel…o es mi imaginación…sólo busco un perdón, ¿perdón de qué?
Señoría, si mi alma ya no es mía y mi vida está vacía;
si la soledad destroza mi valentía…de qué se me acusa, si mi musa ya no es musa
sino arpía…de qué se me acusa, de esconder mi corazón bajo la blusa…
Señoría, si la senda a caminar es fría, si no hay tren
que viaje en esta vía, perdido y sin salida…de qué se me acusa, ¿acaso de tener
ideas ilusas, ilusiones difusas?.
Señor juez, si vivo siempre bajo su merced, si camino
solo y sin fe, feroz esperpento es sentirse sin aliento, si mi sonrisa se torna
lamento…muy veloz como la brisa del viento, si siento un puñal muy adentro, si
usted se encuentra en ese asiento y no dentro de mis sentimientos, por qué me
acusa, ¿cuál es la excusa?
Estimado acusado, todo está muy claro: como juez debo
finalizar la sesión. Tras su explicación, no tengo más remedio que denegarle el
perdón. Ha cometido un asesinato, es una persona afable pero me temo que es
usted culpable.
Señor judex, juez en latín, me condena a un tormento sin
fin. Con cierto retintín pero con respeto, me atrevo y le espeto. Se me acusa
de asesino por ser víctima de mi destino, por pender de un hilo muy fino…no soy
un cruel asesino, ni tampoco he perdido el tino. Señor judex, se comporta como Judas y traiciona mi inocencia…
Estimado acusado, su bondad es digna de elocuencia, pero
me baso en la experiencia. Es usted un asesino, no puedo darle el perdón pues
ha matado usted a su corazón.
Señoría, se equivoca, palabras necias proceden de su
boca…son serpientes de lava candente…mire al frente, ¿de verdad es éste el
rostro de un demente? Yo no he matado a mi corazón, mi corazón es el que está
matándome a mí.