-Disculpe
Señora Olivia, el caballero de aquella mesa le invita a esta copa de vino
blanco.
-¿Qué
caballe…? No, lléveselo, por favor.
(El camarero se
aleja con la copa en la mano y el caballero se acerca a su mesa).
-¿Tanto
han cambiado tus gustos como para no aceptarme la copa? Siempre te gustó el
vino blanco.
-¿Disculpe?
Te equivocas, pelotudo. No le conozco de nada.
-Ha
pasado mucho tiempo, la verdad, pero te recuerdo perfectamente mi querida
Olivia. Además, imitas muy mal el acento argentino, Oli.
-¡No
me llames Oli! ¿Qué haces aquí, Patricio?
-¿Te
refieres aquí, en este bar, o aquí, en Argentina?
-Me
refiero a estar en este impopular bar de mala muerte en Argentina, donde yo
estoy.
-¿Puedo
sentarme? Me duelen los pies de tanto andar.
-No
sé por qué me preguntas si al final te vas a sentar aunque te diga que no. ¿Qué
haces en Argentina?
-He
venido a probar fortuna, aunque no tengo donde dormir. Casualmente te he visto
al sentarme en el bar. (Silencio
prolongado). ¿Por qué te marchaste?
-¿Quieres
decir que por qué me…?
-Sí,
¿Por qué te fuiste sin avisar? Nos abandonaste.
-Estaba
cansada, no quería esa vida rutinaria.
-Sin
dejar ni siquiera una nota…
-Han
pasado treinta y siete años, Patricio…
-Sí,
es mucho tiempo. Yo tenía veintiocho años en aquella época, Javier cuatro años
y Clara un añito. ¿Por qué Argentina? Nunca lo imaginé. Siempre supuse que
estarías en algún lugar de Europa.
-Me
marché lo más lejos posible, donde no pudieras encontrarme.
-La
casualidad ha hecho que te encuentre, pues ya renuncié a buscarte hace
muchísimos años.
-¡Qué
cruel casualidad!
-¿Qué
has hecho todos estos años? ¡Argentina, quién lo diría!
-No
han ido las cosas como esperaba, pero no puedo quejarme. ¿Y tú? ¿Cómo están los
niños?
-Querrás
decir nuestros niños. Murieron.
-¿Cómo
que murieron?
-Sí,
de pena.
-No
digas tonterías, ¿Cómo están?
-Te
digo que murieron. A Javier lo atropelló un coche con once años y Clara…
-¿Clara
qué? Dime, Patricio. ¡Santo Dios!
-Clara
se cayó de un cuarto piso con siete años mientras le ponía la comida a un
pajarito que le regalé por su cumpleaños.
-¡Madre
de Dios! Habrás sufrido mucho.
-¡Muchísimo!
Uno murió el día de fin de año y otro el día de mi cumpleaños.
-¡Qué
mala suerte! Pobres hijos míos.
-Sus
habitaciones siguen igual que cuando fallecieron.
-Eché
de menos a mis hijos.
-¿De
veras? ¿Y a mí?
-En
parte, también.
-Entonces,
¿Por qué te marchaste?
-Simplemente
quise marcharme, ¿No puedes entenderlo?
-¿Tenías
un amante?
-No,
claro que no. ¿Tú alguna vez tuviste un amante?
-No.
Cuando te fuiste, tuve una especie de amante, pero no salió bien.
-¿Eran
incompatibles?
--No,
también murió.
-No
puede ser posible, es demasiada fatalidad.
-Resbaló
en la escalera de casa y se desnucó.
-Siempre
te dije que esa escalera era peligrosa, pero nunca quisiste cambiarla. Con todo
el dinero que tenías podías haber cambiado esa escalera un millón de veces.
-Perdí
todo mi dinero, ¿Por qué crees que dije que no tenía dónde dormir? Sólo tenía
para comprar el billete de avión y poco más. Vine aquí a probar fortuna y a
comenzar una nueva vida.
-¿Toda
tu fortuna? Supongo que fueron mal tus numerosos negocios.
-No,
lo perdí apostando.
-¿Apostando?
¿En qué apostaste?
-Aposté
que volverías, pero no lo hiciste, así que Gonzalo se llevó todo mi dinero.
-¿Gonzalo?
¿Tu mejor amigo?
-Sí,
mi mejor amigo…menudo amigo. Se marchó a Tahití a gastarse toda mi fortuna. Mal
rayo le parta.
-¿Y
cómo piensas empezar con tu nueva vida? ¿Qué tienes ahí? ¿Por qué tienes esa
pistola?
-Adiós,
Oli. Qué el infierno te consuma en muerte como yo me he consumido en vida.
Patricio se suicida justo después
de matar a su ex-mujer de un disparo en la cara. Mientras, al otro lado de la
calle, un pintor culminaba su obra manchando el cuadro con pinceladas de
pintura roja.