(Popular cuento chino que descubrí en el Festival de Los Silos)
Hace muchos, muchos
años, en una época lejana y antigua y en un imperio olvidado, vivía un
bondadoso y justo emperador que sólo tenía una hija (muy bella e inteligente,
además de educada y amable): Rinnoha. Este emperador gozaba de grandes
fortunas, enormes territorios y fastuosos castillos. Sin embargo, no era feliz,
pues estaba envejeciendo y su hija no quería casarse con ningún hombre. Ella
soñaba con conocer mundo y vivir aventuras por todos los confines del vasto
imperio. Durante años, su padre había insistido en vano en que debía casarse
con alguno de los pretendientes que se le declaraban. La testaruda princesa
siempre rechazaba a los apuestos príncipes que acudían a su reino para
conquistar su corazón. Cuando Rinnoha cumplió la mayoría de edad, el emperador
habló con ella seriamente, ya que no podía permitir que su hija fuera soltera
por más tiempo. ¿Qué pensarían en la corte? ¿Qué habladurías inventarán acerca
de mi pequeña princesa en las callejuelas? ¡No
y no! ¡No lo puedo permitir!, se decía a sí mismo una y otra vez. Así que,
por primera vez, utilizó la patria potestad sobre su hija.
-¡Vas a casarte, vaya si lo harás! Si quieres,
pon una condición para aquéllos que aspiren a tu corazón. Pide lo que quieras,
aunque sea algo muy difícil de conseguir. Pero, escúchame bien, si alguien lo
cumple, te casarás con él.
-¿Realmente puedo pedir lo que quiera?
-Sí, hija mía. Pero no olvides que si un
hombre cumple con lo que deseas, deberás casarte con él. ¿Qué es lo más
anhelas, Rinnoha? ¿Acaso un enorme tesoro? ¿Una escama de un dragón rojo de
Hiroghuma?
-Me casaré con el hombre que me traiga una
rosa azul.
-¿Una rosa azul?
-Sí, exacto.
-¡Pero no existen las rosas azules!
-Padre, me pediste que pusiera una condición,
por muy difícil que fuera. Así que, eso he hecho.
El emperador, que
conocía la astucia de su hija, comprendió que había pedido eso ya que se
trataba de algo imposible de conseguir y así eludiría el casamiento. Sin
embargo, desesperado, mandó colgar por todo el reino miles y miles de carteles
acerca de la condición impuesta por su hija. No obstante, pasaron muchos meses
hasta que la información se difundió por todos los territorios.
Un apuesto príncipe,
ilusionado con tal posibilidad, fue al jardín más extenso del mundo en busca de
la rosa azul. Había muchas de color rojo, naranja y blanco; incluso unas de
color amarillo. Pero no encontró ninguna rosa azul. El príncipe se sentó en una
incómoda roca y pensó durante días, sin comer, en cómo podría encontrar una
rosa con tal característica. Cuando las fuerzas empezaban a fallarle, una idea
acudió a su mente. Regresó a su palacio y contrató a dos mineros para que
encontraran una piedra preciosa de gran valor que había en las profundidades de
una cueva extramuros de la ciudad. Era de color azul. Cuando por fin la tuvo en
sus manos, contrató al mejor joyero de su reino y le ordenó fabricar una rosa
de color azul utilizando la valiosa piedra. El resultado fue asombroso, pues el
joyero había utilizado esmeraldas para realizar el verde tallo. Además, había
tallado la piedra preciosa azul con tal precisión que se trataba de una obra de
arte sin comparación. Orgulloso, acudió ante el emperador y le mostró su
trabajo.
¡Magnífico! – exclamó éste cuando vio la
joya-. Se la llevaré a mi hija para que quede constancia de que habéis cumplido
la condición impuesta.
Saltando de alegría,
acudió hasta los aposentos de Rinnoha, que estaba asomada a su balcón cantando
unas preciosas canciones. Con una sonrisa en el rostro, le entregó la joya a la
princesa.
-¡Aquí tienes tu rosa azul! –dijo eufórico el
anciano emperador.
-¡Padre, esta rosa no tiene olor! – dijo
mientras se la acercaba a la nariz-. Lo cierto es que se trata de una obra muy
bella, ¡Pero no es una rosa de verdad! No voy a casarme con él.
Desilusionado, acudió
ante el príncipe y le comentó las impresiones de su testaruda hija. Éste, al
sentirse rechazado, maldijo a los demonios y abandonó el castillo galopando en
su negro corcel. Semanas después, la historia llegó a oídos de un truhán Conde,
así que decidió usar sus malas artes para lograr sus propósitos. Eso era lo que
hacía siempre, y esta vez no sería diferente (al menos eso pensaba él). Compró
la pintura azul más cara y más perfecta del mundo y la aplicó sobre los pétalos
de una rosa blanca. En cuanto el engaño estaba preparado, abandonó su mansión
rumbo al castillo del emperador, que recibió al visitante con suma alegría.
-¡Una rosa azul! ¡A mi hija le va a encantar!
Y así, avanzó
emocionado hasta el cuarto de Rinnoha, que volvía a estar cantando en su
balcón. Sin poder ocultar su nerviosismo, le entregó la flor. Su hija,
extrañada, la sostuvo entre sus delicadas manos. Durante unos segundos, sintió
una agonía en el pecho, pues tendría que casarse con ese Conde. “¡Esto es imposible, las rosas azules no
existen!”, pensaba una y otra vez.
Pero, de repente, notó algo extraño. Tenía la yema de los dedos manchadas de
tinta azul.
-¡Padre, no es una rosa azul, es una rosa
blanca! Ese Conde te ha engañado como a un niño pequeño. No voy a casarme con
él.
El padre se
desilusionó de nuevo y, por un instante, deseo que su hija también hubiera
caído en el engaño. Caminó decaído hasta la puerta del castillo y echó al
mentiroso Conde. Durante las semanas siguientes, ningún pretendiente apareció
para conquistar a su hija, así que pronto entendió que nadie era capaz de
encontrar una rosa azul. El emperador empezaba a hacerse a la idea de que su
hija no se casaría y quedaría soltera para siempre. Por eso, se encerró en su
enorme cuarto durante días y días, comiendo y bebiendo lo justo para poder
mantenerse con vida. Mientras tanto, Rinnoha cantaba y cantaba en su balcón.
Un buen día, al
amanecer, la princesa escuchó una hermosa voz masculina recitando un legendario
poema. Sin dudar un instante, se levantó de su cama de sábanas de seda y acudió
rauda al balcón. Allí estaba él, un apuesto joven recogiendo frutas de unos
árboles. Al principio, le escuchó cantar varias canciones sin interrumpirle,
pues quería disfrutar de su conmovedora voz. Sin embargo, guiada por una
extraña sensación, acompañó al joven entonando una canción. Así fue como se
conocieron. Durante un mes, el joven acudía bajo el balcón a cantar con la
princesa. Hablaron de sus sueños y sus prioridades en la vida. A pesar de que
el muchacho era un juglar, y ella un miembro de la realeza, tenían muchas cosas
en común. Poco a poco, miles de sentimientos se fueron agolpando en sus
corazones. Se habían enamorado. Así que, cierta noche en que ambos charlaban
bajo la luz de la luna, el joven le comentó que acudiría al palacio a pedir su
mano ante el emperador.
-¡No puedes hacer algo así! Hay un pequeño
problema, pues tengo un trato con mi padre. El hombre que desee casarse conmigo
deberá traerme una rosa azul. ¡Maldita condición! Debes encontrar una flor así,
sea como sea. ¿Me oyes? ¡Por favor! ¡Te
quiero!
El juglar pensó
durante varios minutos en silencio hasta que por fin logró reaccionar. Estaba a
punto de amanecer, así que dio un beso volado a su amada y corrió hacia el
bosque.
-¿Dónde vas? – preguntó la princesa con
tristeza, pues pensaba que el hombre del que se había enamorado huía ante la
dificultad de la prueba.
-¡No temas, mi Rinnoha! Antes de que llegue el
mediodía, me encontraré con el emperador – contestó antes de adentrarse en la
espesura del bosque.
Pasaron las horas y la
impaciencia de la princesa crecía vertiginosamente. El apuesto juglar, mientras
tanto, regresaba al castillo con una bella rosa de color rojo. Tocó en la enorme
puerta de madera y, poco después, el emperador abrió con desgana. Nada más ver
el color de la flor, su rostro se congestionó y mostró una mueca de disgusto.
Antes de que le cerrara la puerta en las narices, el joven levantó la rosa y
habló con confianza.
-Me encuentro aquí para conquistar el corazón
de su hija con esta rosa azul. Un placer conocerle, mi emperador.
-¿Una rosa azul? ¡Esto es de color rojo! No me
hagas perder el tiempo – dijo mientras se preparaba para cerrar el pesado
portón.
-¡Le digo que es de color azul! ¿Acaso no lo
ve? ¿Está ciego?
-¡Es una rosa roja! Pero está bien, se la
entregaré a Rinnoha. Más vale que te marches de aquí, no te aceptará con una
rosa de color rojo.
-¡Es azul! – respondió mientras el emperador
daba un portazo con violencia.
Caminando con gestos
de impaciencia y frustración, se acercó a los aposentos de su hija, que se
encontraba donde siempre, en su balcón. Estaba tan emocionada cantando una
canción que no escuchó la llegada de su padre.
-Hija mía, ha llegado un hombre, a mi parecer
algo loco, que asegura que esta rosa es de color azul – dijo alzando la roja
flor-. Ha insistido tanto que no he tenido más remedio que venir a enseñártela,
pero es una maldita rosa roja.
Rinnoha dejó la
canción a medias y se encaminó hacia su padre con una preciosa sonrisa en el
rostro. Sus ojos estaban abiertos como platos y la ilusión se reflejaba en sus
pupilas.
-¡Oh, padre! ¡¡¡Esta es la rosa azul más
bonita del mundo!!!