Madrid, 9 de julio de 1941.
Querida Samira:
Sólo han pasado
cinco días desde que abandoné las tierras andaluzas rumbo a Madrid. Sin
embargo, siento que ha pasado una eternidad. Ya he conocido a algunos de los
compañeros voluntarios, casi todos con su camisa azul. Parecen buena gente. Lo
peor es la interminable espera, ya que la primera expedición parte el 13 de
julio. Estos días aprovechamos para ir a rezar a la Iglesia y para
concienciarnos de la dura batalla que nos espera. Carlos, un joven que conocí
ayer, asegura que no hay soldado más valiente y feroz que el que acude a la
guerra por voluntad propia. Sé que nunca me perdonarás que me haya ofrecido
voluntario, pero me sentía en el deber moral de luchar por mi país. Por nuestro
hijo Jorge. Nuestro grupo no es partidario del nazismo ni de Hitler. Simplemente
somos anticomunistas y deseamos acabar con esas ideas que pueden azotar a
nuestro país en un futuro lejano. No
tengo tiempo para contarte más cosas. El deber me llama. Un abrazo. Te quiero. Miguel.
Grafenwöhr, 20 de julio de
1941.
Querida Samira:
Por fin hemos
llegado a Grafenwöhr (Alemania) después de una larga temporada en tren. Los
oficiales alemanes insistieron en entregarnos el uniforme de la Wehrmacht, pero
los falangistas se negaron a abandonar la camisa azul. Ahora nos conocen por
aquí como la “División Azul”. Aquí todo es muy diferente a España. La
mentalidad alemana es muy cuadriculada. Probablemente, cuando recibas esta
carta ya habremos hecho la intensa instrucción a la que nos van a someter.
Hacen mucho hincapié en el traicionero invierno ruso. Dicen que el frío es la
mejor defensa que tiene el ejército enemigo. Dentro de un mes aproximadamente
partiremos hacia Polonia y, desde ahí, nos acercaremos a las líneas rusas. Sigo
rezando todos los días para que Él nos de fuerzas cuando llegue el momento en
que nos fallen las piernas. Para que nos de precisión cuando, exhaustos, nos
cueste mantener el arma erguida a la hora de disparar. Intentaré
escribirte en Suwalki, en Polonia. Dale un abrazo a nuestro hijo. Te quiero. Miguel.
Suwalki, 2 de septiembre de
1941.
Querida Samira:
Cada vez se acerca
más el día en que nos incorporaremos a esta guerra. Los soldados están ansiosos
por empezar con las acciones bélicas. Yo les comprendo. No hay nada peor que
esta larga espera, ya que no dejas de plantearte si has hecho bien abandonando
tu país, tu familia… Aunque es cierto que todas las guerras dejan cicatrices
puedo asegurarte de corazón que para todo soldado voluntario son tiempos
felices. Pienso mucho en ti y en nuestro hijo. Mañana emprendemos la marcha al
frente. Son aproximadamente unos mil kilómetros a pie. El buen calzado es
fundamental. Deséame suerte, más de la que le pido cada noche a Dios. No podré
escribir tanto a partir de ahora. Realmente, no sé si volveré a escribir.
¿Podré? Sólo el destino lo sabe. Te quiero. Miguel.
Campamento en las cercanías de
Leningrado, 1 de agosto de 1942.
Querida Samira:
Dios y una pequeña
tregua en el frente de batalla me han dado la posibilidad de escribirte estas
palabras. ¡Estoy vivo! Cuando entré por primera vez en combate en el frente del
río Wolchow (hace nueve o diez meses) pensé que jamás podría volver a escribirte.
Cuando entramos en el corazón de la batalla todos sentimos la presencia de la
muerte, que nos acecha a cada paso que damos igual que un buitre lo haría sobre
una presa moribunda. Esta guerra no es como la Guerra Civil que sufrimos en
España; es una guerra distinta. Mucho más dura y cruenta. Cada metro ganado es
una pequeña victoria. Cada trinchera enemiga conquistada es una gloriosa gesta.
Estamos muy cerca de Leningrado y tarde o temprano lanzaremos el asalto
definitivo. Otro enemigo que nos complica las misiones son los piojos. Hubo una
plaga entre los soldados que nos ha complicado el poco descanso del que
gozamos. Estos bichos de mala muerte perturban nuestro sueño y nuestro avance.
¿Cómo está Jorge? Seguro que está enorme. Tengo ganas de verle. A ti también.
Ahora debo despedirme. ¿Hasta cuándo? Espero que sea pronto. Miguel.
Krassnyj Bor, 12 de febrero de
1943.
Querida Samira:
Me mantengo firme.
He sobrevivido, milagrosamente, a una brutal ofensiva del ejército ruso. Un
gran número de infantería y artillería, acompañados de tanques, atacaron
nuestro sector de Krassnyj Bor. La División Azul ha tenido muchas bajas. El
recuento se ha cifrado en 2252 soldados, casi el 55% de los españoles que
defendían esta zona. Pensé que iba a morir, pero parece que la suerte está de
mi lado. Sin embargo, dos de mis mejores amigos han desaparecido en la batalla.
Probablemente sus cuerpos mutilados yacen en las cenizas. Por eso trato de no
entablar ninguna amistad. ¿Para qué? Hoy es tu amigo; mañana está muerto. Otro
problema es el fuerte invierno. Una vez, el termómetro marcó 52 grados bajo
cero. Muchos murieron congelados. No puedes entenderlo hasta que no lo vives.
No sientes los dedos de los pies, ni los de las manos. Pasamos sed porque el
agua se congela. Gran parte de nuestro armamento queda inutilizable a causa de
este frío infernal. Lo peor, es que cuando el invierno acabe, llegará la
primavera y el deshielo, formando la conocida “rasputika”. La rasputiska es el
barro que se crea por el deshielo, que imposibilitará nuestro avance. Sigo
rezando para volver a casa. Escribiré en cuanto tenga otra oportunidad. ¿La
tendré realmente? Te quiero. Miguel.
Barcelona,
3 de abril de 1954.
Querida Samira:
No sé cómo empezar. No sé si sigues viviendo en la misma casa. No sé si
llegarás a leer esta carta. Mañana mismo viajaré en tren hasta Sevilla con la
esperanza de encontrarte en el mismo lugar donde te dejé a ti y a nuestro hijo
Jorge. ¡Jorge! ¡Qué grande estará ya! Hace dos días, el 2 de abril, llegué a
Barcelona en un barco llamado “Semiramis” con otros muchos supervivientes. No
he podido comunicarme contigo antes. Fui hecho prisionero y trasladado a un
Gulag ruso. Durante once años he recibido palizas y humillaciones. He pasado hambre
y sed. Aunque sigo vivo, estoy demacrado. Pero, ¿Qué vida es ésta que yo he
elegido? ¿Podrás perdonarme? Espero encontrarte. Te quiero. Miguel.